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Por quién doblan las campanas

Lucas 13,22-30

Es feo eso del “espoiler”, que le llaman. Cuando te echan a perder la lectura o la película porque alguien te anticipa el final o información clave de la historia que, en su momento, te habría sorprendido. Homero Simpson espoileó a toda la fila que aguardaba para entrar a ver La guerra de las galaxias, cuando salió del cine gritando: “¡Nunca me imaginé que Darth Vader fuera el papá de Luke Skywalker!” Desde la secundaria vengo arrastrando la intención de leer Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway. El título lanza una pregunta que me ha inquietado desde entonces. Y ahora que recibí el libro de regalo por mi cumpleaños, el Facebook de Canal 22, del que ya soy “fan destacado”, ¡lanza la portada de un libro de Charles Bukowski, Por nadie doblan las campanas! ¡Me sentí espoileado! 

No es que yo quiera espoilear el evangelio, eso ya lo hicieron san Pablo y los mismos evangelistas, pero no hay necesidad de sentir la angustia de quien hizo a Jesús la fatídica pregunta: “¿Es verdad que son pocos los que se salvan?” Obviamente, no estoy pensando en la simplona —y equivocada, si toma al pie de la letra— respuesta de los ciento cuarenta y cuatro mil de que habla el libro del Apocalipsis. Como buen maestro, Jesús no respondió simplonamente. Carmen Aristegui hubiera respondido: “No sé, tú dime”. Para conocer la respuesta, es suficiente replantearnos la pregunta: ¿Por quién murió Jesús? El estudio introductorio de la edición que me regalaron, dice hacia el final que el título de la novela de Hemingway alude a un escrito del poeta John Donne: “La muerte de cualquier hombre me afecta, porque soy parte de la humanidad. Por eso no preguntes nunca, por quién doblan las campanas; están doblando por ti.” Jesús murió por todos, por la salvación de todos. Si alguien todavía siente duda, por remordimientos o por baja autoestima, podría repetirse como mantra todo el día, todos los días, la frase que expresa una de las grandes convicciones de san Pablo: “Me amó, y se entregó por mí” (Gálatas 2,20).

Dudar de la salvación es dudar del amor de Dios. Pero dudar del amor de Dios significa que no conocemos a Dios. Por amor, Dios lo creó todo y con amor sostiene su creación, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo; y en si en un momento Dios dejara de amarnos, en ese mismo momento dejaríamos de existir. Por amor a nosotros, Dios se encarnó en Jesús; para mostrarnos su amor y enseñarnos a amarnos, predicó el Reino de Dios con obras y palabras; por amor a nosotros murió en la cruz, y por amor el Padre lo resucitó. Uno de nuestros grandes problemas como creyentes es que, como dice José Luis Franco, teólogo mexicano, hablamos de Dios con faltas de ortografía. Ponemos los acentos donde no van. Y así, llevamos siglos hablando del pecado en lugar de la gracia; llevamos siglos hablando de la condenación, en lugar de la salvación; llevamos siglos hablando del demonio que no se está en paz, que nos tienta y demás, y no hablamos de Dios ni de su Espíritu de amor y de misericordia, que constantemente está soplando en nosotros. Toda esa gente mejor debería militar en grupos “satanistas”, para que allá digan: “Siento que Dios me ama, siento que Dios me ha creado por amor, siento que Dios se está entregando por mí, siento que Dios me está constantemente impulsando a salvarme y a salvar a los demás”, ¡a ver si fuerza de llevar la contra por fin conocen a Dios y hablan de Él!

Jesús, en cambio, nos regresa al plano en el que verdaderamente nos jugamos la salvación: ¡el presente! “¿Son pocos los que se van a salvar?” “¡Esfuércense por entrar por la puerta, que además es angosta!” ¡Y nosotros tan obesos de miedo y de prejuicios! Me recuerda la angustia que tenían varios de mis compañeros cuando iniciamos la licenciatura en la Facultad, porque las estadísticas decían, y varios maestros nos lo repetían hasta que nos lo creímos, que pocos de nosotros terminaríamos la carrera, y de esos pocos, apenas unos pocos se titularían. Tendrían que habernos dicho: “¡Esfuércense por terminar y titularse! ¡Esfuércense por no rendirse al primer cansancio, al primer fracaso!” Hay parejas que todavía no se casan, y ya están pensando en que se van a divorciar, porque son pocos los matrimonios que se mantienen hasta la muerte, ¡en vez de esforzarse por mantener encendida día a día la chispa de la seducción y del enamoramiento!

Un día, Miguelito decía muy contento a Mafalda: “Mientras uno es chico, puede ser hijo, sobrino, primo o nieto, que son palabras lindas.” Y luego comenzó a preocuparse: “Pero cuando uno es grande… ¡puede ser cosas espantosas! ¡Te juro: si un día yo llego a ser el concuñado de la nuera de alguien, me suicidio de asco!” Del cielo tendríamos que preocuparnos menos, y ocuparnos más de nuestra tierra y de nuestra historia, donde hay palabras lindas, lindas y comprometedoras, como justicia, fraternidad, solidaridad, paz.  Hay mujeres que han dicho ahora con mucha insistencia que ellas no se sienten representadas por las que fueron a pintarrajear el Ángel —que como han señalado varias mujeres, el Ángel también es mujer—, ¡y claro!, ellas representan a las que han sido acosadas y violadas; ellas, las “agresivas”, representan a las que han sido agredidas; ellas, las “destructoras”, representan a las que han sido destruidas, asesinadas; ellas, las “gritonas”, representan a aquellas que se tragaron los gritos de auxilio, entre la rabia, el dolor y la impotencia, frente a los salvajes, ¡esos sí!, que abusaron de ellas; ante el ofensivo, indiferente y cómplice silencio de una sociedad cansada de trabajar para sobrevivir, adormilada por el egoísmo, y distraída entre tantas falsas ofertas de “buen fin”.

Publicada en 1940, Por quién doblan las campanastiene como escenario la Guerra Civil española, entre una facción subversiva del ejército, con el General Franco a la cabeza; y el gobierno republicano. Por convicción, Hemingway estuvo siempre del lado de los republicanos. Como corresponsal en la Guerra de España, escribió: “Sólo hay una forma de gobierno que no puede producir buenos escritores, y ese sistema es el fascismo. Porque el fascismo es una mentira contada por matones.” Lo mismo habría que decir de nuestro actual sistema económico, una mentira que cuenta una historia de final feliz que en realidad esconde una historia de pobreza, violencia, ecocidio y muerte. Vivir en un sistema basado en la competencia nos ha hecho vernos como rivales y lejos de sentir dolor por los que se pierden en el camino de la historia, nos sentimos orgullos de ser triunfadores en mundo que ha premiado el egoísmo y se ha burlado descaradamente de la solidaridad. ¡Esfuércense por ser humanos, por ser hermanos, por salvarse unos a otros en este vida antes que la desgracia nos trague a todos!, sería la respuesta de Jesús hoy para nosotros.  

Yo, por mi parte, que tengo mucha fe; es decir, que confío en Dios con todo mi corazón, no dudo de cruzar a la otra orilla y llegar a la Casa del Padre. Lo que me preocupa es no hacerlo dignamente, humanamente. León Gieco lo escribió con entera claridad, y nadie como Mercedes Sosa para cantarlo en voz alta: 

Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente. 

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