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Mostrando entradas de noviembre, 2018

Ni ingenuos ni pesimistas

Marcos 13,24-32 —Eres un pesimista— dijo el Acuchillador al Chalequero— y los pesimistas viven más de lo que quisieran. Es su condena. Los dos criminales compartían celda en la cárcel de Belén en enero de 1909, acusados ambos de homicidio. Todo en el mundo de la novela  Carne de ataúd , de Bernardo Esquinca, en la tercera entrega de la saga Casasola. El Chalequero, ya mayor, y quien por indulto de Porfirio Díaz había librado ya una condena a muerte, esperaba recibirla por segunda vez, echado en posición fetal sobre una cobija apestosa. El Acuchillador lo despertó.  —¿No quieres una jarra de vino?— El Acuchillador se pasó una mano por los labios resecos— Muero de sed… —Aquí no hay vino —dijo el Chalequero, sin moverse—. Aquí sólo hay muerte.  El Acuchillador se sentó en el catre y se inclinó sobre su amigo. —Te equivocas. Este es el Conejo Blanco, taberna de ladrones y asesinos. Aquí todos somos sobrevivientes. Hemos escapado a la puñalada trapera, a los duelos,  al e

Un poco como Freddy Mercury. La viuda pobre y sus dos moneditas

Marcos 12,38-44 Me recuerda un poco a Freddy Mercury, la viuda pobre del evangelio. Un poco. Está de moda Mercury, es cierto. Me gusta verla desde una doble perspectiva. Por un lado, en la secuencia de Bartimeo, el pordiosero ciego a la orilla del camino; del maestro de la Ley, y la viuda pobre. Como Bartimeo, hay que pedir siempre a Jesús poder ver, poder seguirlo, tener en el corazón la luz suficiente para seguirlo por el camino, aunque sea de noche y haga frío; aprender de Jesús que la voluntad de Dios se cumple en el amor, que hacer las cosas por algo distinto al amor no tiene mucho sentido; que quien camina detrás de Jesús y ama como él, es capaz, como la viuda, de dar su vida entera. Como Jesús en la cruz.  Por otro lado, me gusta ver a la viuda pobre en perspectiva con los demás personajes femeninos del evangelio. La suegra de Simón, la hemorrosía, la hija de Jairo, la sirofenicia que suplicaba la curación de su hija. Todas ellas recibieron vida de parte de Dios a travé

Todos los santos: La fiesta de los invisibles

Apocalipsis 7,2-4.9-14; 1 Juan 3,1-3; Mateo 5,1-12 La imagen es de Bernardo Esquinca, en su novela  Toda la sangre , la de la muchedumbre que se reúne a bailar todas las noches de domingo en la plazoleta de la Alameda, junto a la estatua de Neptuno: “Gente de las clases sociales más bajas para bailar ritmos guapachosos tocados por un grupo en vivo (…) obreros, sirvientas, chavos banda, teporochos o travestis se fundían en  un caldo que olía a humanidad y sobacos apestosos (…) En medio de todo eso estaban la música y el baile, la multitud entregada a la única diversión a la que podía tener acceso. Resultaba simbólico que se reunieran alrededor de la escultura de Neptuno. Allí se encontraban criaturas salidas de las profundidades (…) se reunían en un aquelarre que celebraba su propia miseria. Los invisibles, pensó Casasola: nadie sabe que existen, pero de algún modo son quienes sostienen la ciudad sobre sus hombros. Sin ellos, todo esto terminaría de hundirse en el lodo.” Es bel