Cuando yo daba clases a los formandos josefinos en propedéutico, me sentía como el Profesor Dumbledore, comunicando a mis alumnos toda la sabiduría acumulada en la congregación, pero dadas los provocativos estímulos intelectuales que les daba, ellos piensan que más bien me parecía a Severus Snape. A veces les hacía algunas “inocentes” preguntas al estilo de las del P. José Rubén Sanabria; y la última, ¡inocentísima! A veces lanzo también inocentes preguntas a la feligresía, y una inocentísima. Cuando pregunto quién ha leído completos los evangelios, dos o tres levantan la mano, cual si estuviera predicando para grupos de monjes tibetanos. En cambio, cuando pregunto quién conoce el Catecismo de la Iglesia Católica, un número más respetable levanta la mano, y eso es muy propio de nuestra Iglesia, que conocemos todo menos el evangelio, triste y vergonzosamente. Pero las manos se van abajo unánimemente cuando pregunto por las cuatro partes que vertebran el Catecismo, que son las cuatr