Juan 15,1-8 Una de las secuencias que más tristeza, coraje, impotencia, frustración y todo junto me produce en la saga de Harry Potter, es la secuencia en que, traicionado, muere asesinado el Profr. Dumbledore. Aunque no fue propiamente su maestro en el salón de clases, pero sí como Director de Howarts, la escuela de magia y hechicería, Dumbledore transmitió toda su sabiduría de magia y el uso de artilugios mágicos a Harry; fue un gran maestro. Y también lo quiso y fueron grandes amigos. Por eso nos queda la doble desazón de qué hará Harry Potter en adelante, sin la sabiduría de su mentor y sin la calidez de su amistad. También Merlí, el Merlí según la usanza catalana. Es un gran maestro. Pero también llega el momento en que se vuelve un gran amigo de algunos de sus alumnos, del Pol y del Iván, incluso de Bruno, su hijo, en una memorable secuencia antes de que éste se fuera a Roma. Suele pasar. También pasa con Jesús. En su evangelio, el Discípulo Amado nos narra lo que aconte