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Mostrando entradas de diciembre, 2014

La familia de Nazaret

Lucas 2, 22-40 Cuando regresé a vivir al DF hace dos años, me fui en uno de mis días libres a reconocer los antiguos lugares por los que anduvo nuestro Fundador, el Padre José María Vilaseca, entre ellos la casa donde nacimos. Los josefinos fuimos fundados el 19 de septiembre de 1872, en la Ciudad de México, concretamente en una casa ubicada en lo que entonces era el callejón del montón, número 3, esquina con la calle de las beas, en el centro de la ciudad, en lo que actualmente son las calles de las Cruces y Mesones, respectivamente. El lugar, mucho tiempo abandonado, es ahora una papelería en la planta baja, y una elegante fonda en la planta de arriba. De ahí me fui a la casa en donde a su vez fueron fundadas las Hermanas Josesfinas, en la calle de Regina, y donde actualmente hay una tienda de productos para adultos. El caso es que mientras iba de camino de una casa a otra, sobre la calle de Regina me encontré con un enorme mural de la familia Burrón, la famosa historieta creada p

Palabra de Luz, Palabra de Vida

Hebreos 1,1-4; Juan 1,1-18 De niños hablamos, pensamos e imaginamos de una manera muy particular. Cuando yo era niño, me extrañaba y hasta me molestaba un poco que cuando íbamos a misa de Navidad el 25 de diciembre escucháramos un texto para mí ininteligible, y yo quería escuchar el relato en que María y José iban a Belén, y los ángeles cantaban y los pastores adoraban al Niño Jesús. No pensaba yo que la Navidad pudiera tener significados más profundos. Cuando el papá de Mafalda colocó el árbol de Navidad acompañado de su hija, le dijo: "Y en lo alto de todo, la estrella que guió a los reyes hasta Belén"; luego le preguntó, mientras enchufaba el árbol a la luz, "¿sabes qué llevaban los reyes en sus alforjas?", y entonces un corto circuito oscureció todo, y Mafalda respondió: "¡Sí, fusibles!" Los niños contestan según su conciencia. Cuando nació mi ahijado Miguel Martín, le hacía yo cosquillas en la panza y le decía: "¡kiskiriskis!" Y el ti

Navidad

2 Samuel 6; Lucas 2,1-20 Hoy celebramos el misterio que, en la tradición católica, contemplamos en el tercero de los misterios gozosos del rosario a la Virgen María; y en el segundo de los siete Dolores y Gozos del señor san José: el nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, y virginal hijo de María y de José. Al término del rosario invocamos a María de muchas maneras, con tantos títulos como la luz de la fe y el cariño del corazón son capaces de imaginar. Entre ellos, “Madre de Dios”, “Reina del cielo”, “Trono de la Sabiduría”. También existen las letanías a san José. En ellas lo recordamos como “varón justo”, “hombre silencioso”, y también “terror de los demonios”. Al final de cada invocación, tanto a la Virgen María como a san José, contestamos: “ruega por nosotros”. Esta noche pienso en dos de estas invocaciones, una de María y una de José: “Arca de la nueva Alianza”, e “ilustre descendiente de David”. Pienso en el lejano día en que, tras establecer en Jerusalén la capital

Misterio de vida y libertad

2 Sam 1,7-16; Lucas 1,26-38 Dos escenas fascinantes. Primero, la de David y Natán. David que piensa que si él vive en un palacio, Dios no puede vivir en una miserable tienda de campaña hecha de pieles. Así pensamos muchos: para Dios lo mejor, nosotros como quiera; pero en el fondo, lo que subsiste es quizá el deseo de encerrar a Dios y darle el guión de lo que él debe hacer, y lo que él debe decir. La respuesta de Dios a David por medio del profeta Natán es por demás elocuente: El Señor responde que vive ahí desde que sacó a su pueblo de Egipto y lo condujo a la prometida tierra de la libertad, la tierra que mana leche y miel, la tierra en la que Dios alimenta a su pueblo como una madre a sus hijos. Una tienda puede montarse, desmontarse y volverse a montar rápidamente; una casa no, muchos menos un palacio. El mensaje es claro: Dios no puede estar encerrado, Dios camina con su pueblo por el largo camino de la historia. Y David ha comprendido bien este mensaje. Por eso, su reacción e

Testigos de la luz, ungidos del Espíritu

Isaías 61,1-2;10-11; 1Tesalonicenses 5,16-24; Juan 1; 6-8; 19-28 Escucho el mensaje del Señor a través de su Palabra, y no puedo no traer a mi corazón tantos rostros, anónimos y conocidos de los últimos días. Primero, la voz de Juan, el Bautista, que presenta a sí mismo, precisamente, como una voz. Fue acosado por los importantes de Jerusalén para que se definiera a sí mismo. Ya desde el inicio el evangelista nos ha hablado de Aquél que es la Palabra, que está junto a Dios, que es Dios; que la Palabra es Vida y la Vida era la luz de la humanidad, y que brilla en las tinieblas. Juan no era la Luz, pero era testigo de la Luz. Frente a sus interrogadores, declaró que no era el Mesías, ni Elías ni ningún profeta, sino una voz que clamaba en el desierto; es decir, usando las palabras de Nelson Mandela, una voz que clama en el largo camino hacia la libertad. "Yo bautizo con agua", dijo Juan, pero en medio de ustedes hay uno al que no conocen. Y así queda todo listo en la nar