Mateo 28,16-20
La fiesta de la asunción de Jesús al cielo es maravillosa y desconcertante; en realidad, la ida de Jesús al cielo es una narración que sólo encontramos en los escritos de san Lucas. En el evangelio de san Mateo, que ilumina esta fiesta en este año, nos encontramos simplemente con que Jesús no se fue. Después de la resurrección, Jesús anuncia, y con ello termina la narración del evangelio, que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y las preguntas se imponen: Si no fue, ¿dónde está?; y si está aquí, ¿dónde está el cielo? Y por supuesto, queda de antemano descartado que el cielo de Dios sea el mismo cielo que vemos azul, con sol y nubes durante el día, y negro y estrellado en las noches; el cielo de Dios no es el universo, sino la infinita realidad de su presencia. El cielo es la realidad entera habitada por Dios.
Si Jesús dice que está con nosotros perpetuamente hasta el fin de los tiempos, entonces nosotros, los discipulos de Jesús y lectores del evangelio, nosotros somos el cielo. Ya lo había dicho Jesús: "Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos", no por supuesto, como un fastasma al que invocamos en sesión espiritista, pero si la comunidad hace presente a Jesús, el cielo comienza cuando sus discípulos formamos una sola familia.
La parábola del juicio final muestra la total identidad de Jesús con los necesitados: vengan a mí, dice el Señor, porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estuve desnudo y me vistieron; fui forastero y me hospedaron; estuve enfermo y en la cárcel, y me visitaron. Si la mirada compasiva y la acción misericordiosa trasparentan a Jesús en el necesitado, entonces el cielo comienza cuando vemos con compasión y actuamos con misericordia.
Tras la resurrección, Jesús fue muy claro con las mujeres, les pidió decir a sus discípulos que fueran a Galilea y que allí lo verían. Galilea es el escenario en el que Jesús inició su predicación del Reino de Dios con obras y palabras. Jesús resucitado pide a los suyos volver a Galilea, empezar de nuevo, tras el fracaso de la cruz, tras la gloria de la resurrección. El cielo comienza cuando después de todo y a pesar de todo, nos damos la oportunidad de dejar atrás la derrota, enterrar el fracaso, levantarnos y empezar de nuevo. El cielo comienza cuando aceptamos la segunda oportunidad que Dios nos ofrece siempre.
Galilea es el escenario en el que Jesús llamó a sus amigos y los invitó a seguirlo. El cielo comienza cuando nos damos el tiempo de escuchar la voz del Señor y recuperamos el gozo de ir por la historia detrás de él, llenos de entusiasmo.
Galilea es el lugar en el que Jesús compartió la mesa con publicanos y pecadores, con los excluidos por las leyes de la pureza. El cielo comienza cuando hacemos a un lado los prejuicios, cuando dejamos de etiquetarnos y excluirnos, cuando nos reconocemos siendo una sola humanidad, cuando nos incluimos y nos sentamos a la misma mesa para compartir la vida. En Galilea Jesús multiplicó los panes y los peces y los repartió a la muchedumbre necesitada. El cielo comienza cuando los pobres comen y nos comprometemos con la justicia.
Galilea es el lugar en el que Jesús curó enfermos, al paralítico y al leproso, a la suegra de Simón. El cielo comienza cuando comprendemos que ninguna enfermedad es más fuerte que el amor y la vida de Dios. Galilea es el escenario en el que Jesús resucitó a la hija de Jairo, el cielo comienza cuando encaramos a la muerte y no nos dejamos amedrentar por ella, cuando comprendemos que ninguna tumba es tan grande ni tan fuerte que pueda encerrarnos para siempre. El cielo comienza cuando combatimos enfermedad y muerte con la certeza de que los hijos de Dios nacimos para la vida y vida en abundancia.
Un día interrumpió Susanita a Mafalda en su lectura: "¿Qué es ese recorte de diario, Mafalda?". "La foto de un cohete atlas", le respondió, "¿no te emociona?, ¡es como tener el futuro en la mano!" Y viendo el recorte, Susanita respondió: "¡Es cierto! ¡Es realmente emocionante! ¡Parece un lápiz de labios!" Y viendo que Mafalda la dejaba sola, dijo: "¿Qué pasa? ¿No vas a usar lápiz de labios cuando seas grande? ¿No te emociona ese futuro?" "Dios mío", suspiró Mafalda.
Galilea es nuestra vida de todos los días, desde el momento en que dejamos la cama para ganarnos la vida, y volvemos a ella para descansar y para soñar, para soñar en grande y sin límites. El cielo es infinito y por eso es la medida de nuestros sueños. El cielo no es una infantil proyección psicológica de nuestras necesidades, el cielo es la semilla de eternidad que Dios mismo ha sembrado en nuestros corazones y por eso mismo, cuando acogemos el futuro con esperanza, la semilla de eternidad da brotes de vida plena. Podemos soñar porque estamos habitados por Dios, podemos vivir eternamente porque somos el cielo.
Hay que creer en el cielo. Y por eso mismo creo en mí y en mis sueños, en el futuro de la humanidad, y en tantos sueños compartidos de justicia y de alegría. El cielo viene a nosotros y viene con tal fuerza, que no puede uno quedarse sentado esperando a que llegue. Hay que ir a su encuentro. El cielo es el momento en que por fin nos abracemos para siempre con Dios.
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