Lucas 10,1-20
Después del diálogo de Jesús con sus discípulos sobre las condiciones del seguimiento, ahora Jesús envía a setenta y dos discípulos y les pide que se pongan a caminar. Más que una invitación es una orden, ponerse a caminar. Y no se trata de caminar por caminar. Jesús da nuevas condiciones. No es un camino fácil, se va como corderos en medio de lobos; pide no llevar nada, sin saludar a nadie por el camino, entrar en una casa y saludar con el deseo de paz. Pide además comer y beber lo que ofrezcan en esa casa y no andar de casa en casa. Pide curar a los enfermos y anunciar la llegada del Reino de Dios. Jesús tiene previsto que no en todos lados los discípulos serán recibidos. Por eso pide que en el pueblo donde no sean recibidos, se sacudan el polvo de los pies como una señal de protesta, pero anunciando que de todos modos está llegando el Reino de Dios. En una nota fuerte de profunda solidaridad, Jesús se identifica con sus enviados.
En la segunda parte, los discípulos enviados vuelven a Jesús, eufóricos, porque hasta los demonios se les someten en su nombre. Jesús les responde que ha visto caer a Satanás caer del cielo como un rayo, que él, Jesús, les ha dado poder sobre todo poder enemigo y que nada podrá hacerles daño. Pero les pide que se alegren no de que se les sometan los demonios, sino de que sus nombres estén escritos en el cielo.
Un día Mafalda frente a su hermanito recién nacido, que apenas balbuceaba, se lamentó de no contar con un diccionario "caramelo-español, español-caramelo". Tantas instrucciones de Jesús son tantas y tales que pareciera que necesitamos de un diccionario "evangelio-español, español-evangelio", ¿qué es eso de salir a caminar sin sandalias?, ¿por qué andar de buenas gentes dentro de las casas, y no tener la cortesía de saludar a la gente con la que uno se encuentra por el camino?, ¡y luego eso de sacudirse el polvo de los pies!
Creo que la clave está en la palabra "casa" Jesús pide entrar en las casas, desear paz a las casas, no andar de casa en casa; comer lo que le den a uno en la casa, curar a los enfermos de la casa. "Casa" en la antigüedad, y en evangelio de san Lucas es buen testigo de ello, es sinónimo de "familia". El camino al que somos enviados por Jesús es al de la construcción de la gran familia de los hijos de Dios. Llegar a una casa es llegar a una familia. No andar de casa en casa significa que reconocemos en cada uno a un hermano, y en cada hermano reconocemos la misma dignidad que nos viene de ser hijos del mismo Dios. No llevamos nada con nosotros porque confiamos en que Dios nos ha capacitado para vivir la fraternidad.
Si el envío a anunciar el Reinado de Dios es al mismo tiempo un envío a vivir en fraternidad, significa que Dios reina cuando nos reconocemos y vivimos como hermanos. Dios reina cuando compartimos solidariamente la vida, por eso comemos y bebemos juntos, compartimos el pan y el vino de nuestro esfuerzo, surgidos de la tierra de la que surgieron y de la que también nosotros fuimos hechos. Por eso el evangelio habla de ir descalzos por el camino de la historia, para no pisotearla, sino para andarla con respeto.
Porque somos hijos del mismo Padre, porque somos hermanos, porque formamos una sola familia, nos cuidamos mutuamente y sanamos a nuestros enfermos, luchamos con ellos contra el mal y contra la muerte, porque Dios es vida y es amor. Lo hacemos por compasión, no por poder; la compasión nos iguala; pero el poder destruye la fraternidad cuando pone a unos por encima de otros. Por Jesús advierte hacia el final que nuestra alegría está no en someter demonios, sino en tener nuestros nombres escritos en el cielo, es decir, en ser parte de la familia de Dios, en ese cielo del que ha visto caer a Satanás, porque en la familia de Dios no hay lugar para la división, para las acusaciones, para la indiferencia, para la inequidad.
Y lo más maravilloso. Que para los que no aceptan a los enviados de Jesús, para los que no aceptan la vivencia de la fraternidad, para los que no aceptan formar parte de la familia de Dios, Jesús pide sacudirse el polvo de los pies, quizá como un signo de que aunque no nos quieran, y no lo quieran, somos el mismo barro; o bien, que no nos contaminamos del polvo de su camino, de su egoísmo y su cerrazón. Pero sí les decimos con toda claridad, que a pesar de ellos y aun para beneficio de ellos mismos, está viniendo el Reinado de Dios. Y nada podrá detenerlo.
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