Lucas 4,14-21 Es Jesús en la sinagoga de Nazaret. La voz del narrador dice claramente que Jesús regresó a Galilea lleno de la fuerza del Espíritu Santo. Ya en escenas anteriores vimos al Espíritu descender sobre Jesús mientras la voz del Padre afirmaba su amor por su Hijo. Luego vimos al Espíritu llevar a Jesús al desierto, donde venció las tentaciones. Ahora, de regreso en casa, en Nazaret, mostrará a su gente el cambio en su vida. Un sábado acude con los demás a la sinagoga. Quizá hubo algo en su porte, en su mirada, que hizo que se le pidiera a él la lectura de Isaías. Jesús seleccionó el texto. Su manera de leer, la fuerza de su palabra, impactaban. A mí me entristece y me preocupa lo insípidas que suelen ser las lecturas de la Palabra de Dios en nuestras Eucaristías. Lo que leyó entonces Jesús no nos sorprende a nosotros, lectores del evangelio; a sus paisanos sí los sorprendió. Leyó un pasaje que suscitaba las expectativas del pueblo: saber que había alguien sobre quien d