Juan 6,1-15 Se llamaba Dinazar. La conocí el sábado pasado. Iba yo saliendo de la casa parroquial hacia una comida de cumpleaños. El hijo de un matrimonio cercano a la parroquia cumplía quince años, y sus papás querían festejarlo. En la puerta me atajaron dos mujeres. Querían que confesara y llevara la comunión a una ancianita que estaba ya muy grave. Lo que hallé sobre las tablas de madera que hacen las veces de cama era un cuerpo diminuto, apenas visible, enflaquecido al extremo de los huesos; con mucho esfuerzo conseguía abrir un poco los labios. Después de rezar juntos, de ungirla con el óleo de los enfermos y darle la comunión me fui a la comida de fiesta. El lunes temprano alguien dobló la campana de la parroquia, luego me pidieron una misa de cuerpo presente para el día siguiente, antes de la sepultura. Dinazar se había revestido de vida nueva. He leído el relato de Juan muchas veces, y cada vez es igual o más emocionante. Es su versión de la multiplicación de los pane