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Mostrando entradas de octubre, 2010

La alegría de Zaqueo

Lucas 19,1-10 Jesús se encuentra en el último tramo de su viaje a Jerusalén, su misión está culminando y necesita subrayar lo más importante de su mensaje: Que Él, el Hijo del Hombre ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido. La ocasión se da cuando Jesús entra en Jericó y atraviesa la ciudad. Tras la entrada de Jesús en este poblado, la narración se centra en un personaje socialmente mal visto: Zaqueo, un rico cobrador de impuestos para Roma y, por lo tanto, traidor de su pueblo. De Zaqueo se nos dan otros dos datos: que es un hombre de baja estatura, y que desea conocer a Jesús. El problema en esta escena, sin embargo, es desconcertante: para poder conocer a Jesús, Zaqueo no se enfrenta a su condición de cobrador de impuestos, ni su baja estatura sería problemática, de no ser por ¡la gente! En efecto, son los demás los que impiden que Zaqueo pueda ver a Jesús. Pareciera que hay un cerco que bloquea el acceso a Jesús, y el perjudicado es alguien verdadera y urgentemente nec

Domingo Mundial de las Misiones

Mt 28,16-20 Hoy la Iglesia celebra su jornada anual y mundial de oración por las misiones; es decir, por los misioneros, hombres y mujeres que lo han dejado todo por anunciar en el mundo entero la Buena Noticia del amor de Dios por todos sus hijos. Para esta jornada, la liturgia nos invita a contemplar el final del Evangelio según san Mateo. Se trata de la última escena de este Evangelio. En ella aparecen el Señor Jesús Resucitado, y sus once apóstoles. A ellos, el Señor Resucitado les comunica que le ha sido dado todo poder sobre la tierra y los envía por todo el mundo. También los anima con la certeza de que Él está y estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Sé que la misión es una tarea que compete a toda la Iglesia, desde el Papa hasta el último de los bautizados; sé que todos podemos vivir nuestro compromiso misionero orando por las misiones; incluso, que todos podemos ser misioneros viviendo plena y alegremente nuestra vida cristiana. Todo esto es verdad, pero

La fe de las viudas

Lc 18,1-8 Un texto fuerte y doloroso. Quizá porque estoy pensando en las viudas de Pasta de Conchos y en las mujeres de los mineros de Chile (protegidos acaso por san José, cuyo nombre lleva la mina del accidente) que evitaron la viudez, quizá porque viene a mi mente el recuerdo de mi madre viuda. Lo cierto es que el evangelio nos habla de una viuda. De una viuda que exige sin descanso justicia para ella frente a su enemigo. La parábola de Jesús está situada en un contexto sobre la venida del Hijo del Hombre al final de los tiempos, y esto viene subrayado hacia el término de su narración. El evangelista introduce este microrrelato en el gran relato de su evangelio partiendo de la necesidad de orar siempre, sin desanimarse. Pero a mí me parece que la parábola no es una simple ilustración sobre la necesidad de la oración constante. Porque no me parece que Dios pueda ser equiparado a un juez sin escrúpulos ni conciencia, que "no teme a Dios ni respeta a nadie". Semejante ser no

El Dios de los leprosos

Lc 17,11-19 Jesús nuevamente se ha puesto en camino y en camino hacia Jerusalén, el lugar de su pasión y su gloria. El evangelio nos presenta una escena de curación. Diez leprosos suplican a Jesús que los cure. Jesús los envía ante los sacerdotes. La escena tiene aquí un punto de inflexión dramática. Un leproso debía vivir fuera de la comunidad, estaba marginado de toda vida social y familiar, debía gritar "¡impuro, impuro!" a la menor cercanía de alguien, para alertarlo de su condición. Además de la repugnancia provocada por su apariencia, el leproso cargaba sobre sí otro estigma punzante: que su enfermedad era un castigo de Dios. La ley ordenaba que quien fuera sospechoso de lepra debía presentarse ante el sacerdote, quien lo declaraba impuro; e igualmente, si alguien quedaba curado, era el sacerdote el encargado de declarar al enfermo limpio. Que fuera el sacerdote y no otro miembro de la comunidad evidencia la relación que se suponía existía entre Dios y la enfermedad. Pu

Sobre la fe y los simples siervos

Lucas 17,5-10 Hace cinco capítulos y varias semanas atrás (Lc 12,35-40), Jesús contó una parábola bellísima, en la cual pedía a sus discípulos estar preparados, con la túnica puesta y la lámpara encendida, y dichoso aquél a quien su señor así encontrara, pues el mismo señor se pondría el delantal y sentaría al siervo a la mesa y le serviría. Y hacia el final de las últimas palabras de esta escena, parece contar lo contrario. Ahora, Jesús pregunta a los suyos quién de ellos cuando llega del campo, si tiene un siervo, lo sienta a la mesa y se pone a servirlo; al contrario, le dice que prepare la cena y le sirva; y que el amo no tiene por qué agradecerle al siervo que haya cumplido con su trabajo; "así ustedes, dice Jesús, cuando hagan lo que se les ha mandado, digan somos simples siervos, hicimos lo que teníamos que hacer" . Creo que el giro radical en la imagen del siervo y del amo tiene que ver con el contexto narrativo. En aquella primera ocasión, Jesús estaba presentando a