En estos días de influenza, les comparto mi reflexión del día de ayer, escrita a la distancia, pues como ustedes saben, la magnitud de la epidemia se dio a conocer la noche del jueves, y para entonces yo salía de viaje a Guadalajara, donde amanecí el viernes con la noticia del cierre de escuelas, y la alerta de estar viviendo una situación inédita al menos en el DF, desde que yo tengo memoria. Ahora, después de volver al DF esta mañana, les comparto estos pensamientos. Los invito a orar no para pedir que esta situación pase pronto, sino para agradecer a Dios porque, pase lo que pase, tenemos la certeza de que Él ya está de nuestra parte combatiendo el mal y el sufrimiento, y reiterarle que seguimos confiando en Él.
Lo primero que me ha venido a la mente es la sensación de estar viviendo en una novela de Saramago, y creo que no soy el único que vive así. Además de la novela, han venido a mi mente el conocimiento de momentos históricos en que la humanidad ha vivido esta situación, las grandes pestes de la Europa medieval, las pestes traídas por los españoles a la América indígena en el s. XV, el sida y el ébola del cine. Leo con preocupación las noticias en el internet, pienso ahora en el DF y sus iglesias sin la celebración de la eucaristía en plena pascua. Las fotos muestran soledad en las calles y miradas preocupadas. El Reforma habla de un caso de muerte en que la familia rezó por un milagro que nunca llegó. No faltan los comentarios sobre un supuesto castigo divino: la ciudad del aborto, de las uniones de homosexuales...
La verdad es que ciertamente estamos en otro mundo. O eso quiero creer. El siglo XXI no es la edad media, aunque hay quien sigue pensando que Dios manda y quita enfermades peor que el peor de los villanos de cualquier novela para niños. Gracias a Dios, la ciencia ha avanzado, la medicina no es la de hace siglos y se empeña en afirmar su autonomía frente a las religiones mal entendidas; las comunicaciones nos han puesto en alerta y, al menos tenemos conciencia de que la higiene es prevención; contamos con técnica avanzada capaz de desarrollar investigaciones y medicamentos antes de la muerte de millones. Al menos sabemos qué nos está atacando, aunque a fin de cuentas la muerte siempre nos sorprenderá.
Esta mañana nos avisaron de la muerte de la mamá de uno de nuestros chavos del propedéutico. La señora murió de un derrame cerebral. Con epidemias o sin ellas, la muerte nos seguirá visitando. Tampoco me siento en el fatalismo de que nada tiene sentido, pues algún día tendremos que morir. Mi sentimiento, mi reflexión, va más allá.
En este tercer domingo de pascua el evangelio de san Lucas nos presenta al Señor Resucitado que come el pez asado de sus amigos, y los saluda con su paz. Pienso que el Señor Jesús se alimenta de lo mismo que nosotros, toma lo que nosotros comemos porque vive de lo que nosotros vivimos. Vive nuestros gozos y nuestras esperanzas, nuestras angustias y nuestros dolores, como dice la Gaudium et Spes (un documento de la Iglesia sobre su misión en el mundo). Y lo que él come lo hace parte de sí mismo, lo hace Señor de Vida Eterna. La eucaristía es la alegre fiesta de la resistencia. Lo que él tomó de nuestra carne, de nuestra naturaleza, de nuestra historia, nos lo devuelve transformado en Vida Eterna. Frente al dolor, frente a la enfermedad, frente a la muerte, frente a todo desamparo e impontencia, guardamos la alegre y resistente esperanza de su Pascua victoriosa. Hoy comulgamos con el Señor por medio de su Palabra.
En medio de esta situación, estoy seguro de que el Señor está comiendo el pez de nuestro dolor, de nuestra enfermedad, de la muerte temprana e injusta, de nuestra sensación de vida amenazada, comparte nuestra rebeldía y nuestro coraje ante la muerte que pretende establecer su señorío entre nosotros. Estoy seguro de que el primero en dolerse es Él; el primero en llorar es Él; el primero en morir es Él; porque es Dios y Dios es Amor. Porque Él lo ha vivido en solidaridad con quienes caminamos por la historia. Porque ha resucitado y es la fuerza de nuestra rebeldía y nuestra esperanza. Porque todo esto Él lo asume y lo hace parte de sí mismo, y transformado en Vida Nueva, nos lo comparte en la humildad de su Pan y de su Vino, el alimento para caminar no hacia la vida biológica interminable, sino hacia la Vida verdadera, hacia la Vida en plenitud, hacia la Vida en el Padre. Por eso, nada, nada diría san Pablo, puede separarnos del amor de Cristo, ni de la paz con que siempre sale a nuestro encuentro.
Un abrazo,
Miguel Angel, mj
Lo primero que me ha venido a la mente es la sensación de estar viviendo en una novela de Saramago, y creo que no soy el único que vive así. Además de la novela, han venido a mi mente el conocimiento de momentos históricos en que la humanidad ha vivido esta situación, las grandes pestes de la Europa medieval, las pestes traídas por los españoles a la América indígena en el s. XV, el sida y el ébola del cine. Leo con preocupación las noticias en el internet, pienso ahora en el DF y sus iglesias sin la celebración de la eucaristía en plena pascua. Las fotos muestran soledad en las calles y miradas preocupadas. El Reforma habla de un caso de muerte en que la familia rezó por un milagro que nunca llegó. No faltan los comentarios sobre un supuesto castigo divino: la ciudad del aborto, de las uniones de homosexuales...
La verdad es que ciertamente estamos en otro mundo. O eso quiero creer. El siglo XXI no es la edad media, aunque hay quien sigue pensando que Dios manda y quita enfermades peor que el peor de los villanos de cualquier novela para niños. Gracias a Dios, la ciencia ha avanzado, la medicina no es la de hace siglos y se empeña en afirmar su autonomía frente a las religiones mal entendidas; las comunicaciones nos han puesto en alerta y, al menos tenemos conciencia de que la higiene es prevención; contamos con técnica avanzada capaz de desarrollar investigaciones y medicamentos antes de la muerte de millones. Al menos sabemos qué nos está atacando, aunque a fin de cuentas la muerte siempre nos sorprenderá.
Esta mañana nos avisaron de la muerte de la mamá de uno de nuestros chavos del propedéutico. La señora murió de un derrame cerebral. Con epidemias o sin ellas, la muerte nos seguirá visitando. Tampoco me siento en el fatalismo de que nada tiene sentido, pues algún día tendremos que morir. Mi sentimiento, mi reflexión, va más allá.
En este tercer domingo de pascua el evangelio de san Lucas nos presenta al Señor Resucitado que come el pez asado de sus amigos, y los saluda con su paz. Pienso que el Señor Jesús se alimenta de lo mismo que nosotros, toma lo que nosotros comemos porque vive de lo que nosotros vivimos. Vive nuestros gozos y nuestras esperanzas, nuestras angustias y nuestros dolores, como dice la Gaudium et Spes (un documento de la Iglesia sobre su misión en el mundo). Y lo que él come lo hace parte de sí mismo, lo hace Señor de Vida Eterna. La eucaristía es la alegre fiesta de la resistencia. Lo que él tomó de nuestra carne, de nuestra naturaleza, de nuestra historia, nos lo devuelve transformado en Vida Eterna. Frente al dolor, frente a la enfermedad, frente a la muerte, frente a todo desamparo e impontencia, guardamos la alegre y resistente esperanza de su Pascua victoriosa. Hoy comulgamos con el Señor por medio de su Palabra.
En medio de esta situación, estoy seguro de que el Señor está comiendo el pez de nuestro dolor, de nuestra enfermedad, de la muerte temprana e injusta, de nuestra sensación de vida amenazada, comparte nuestra rebeldía y nuestro coraje ante la muerte que pretende establecer su señorío entre nosotros. Estoy seguro de que el primero en dolerse es Él; el primero en llorar es Él; el primero en morir es Él; porque es Dios y Dios es Amor. Porque Él lo ha vivido en solidaridad con quienes caminamos por la historia. Porque ha resucitado y es la fuerza de nuestra rebeldía y nuestra esperanza. Porque todo esto Él lo asume y lo hace parte de sí mismo, y transformado en Vida Nueva, nos lo comparte en la humildad de su Pan y de su Vino, el alimento para caminar no hacia la vida biológica interminable, sino hacia la Vida verdadera, hacia la Vida en plenitud, hacia la Vida en el Padre. Por eso, nada, nada diría san Pablo, puede separarnos del amor de Cristo, ni de la paz con que siempre sale a nuestro encuentro.
Un abrazo,
Miguel Angel, mj
Completamente de acuerdo con usted. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha suspendido toda reunión pública en el mundo debido a la pandemia que se está viviendo. Pero no obstante, si confiamos en Dios y vivimos en la senda de los convenios todo estará bien, aún llegando a enfermarnos de esta temible enfermedad. Al ser hijos de Dios y estar en su Plan de Salvación, finalmente todo estará bien. Saludos cordiales. César Mora
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