Juan 18,33-37 Hay momentos en los que me gustaría ser pintor, y recrear la imagen para ser contemplada, jugando con los tonos de los colores y las distintas intensidades de la luz. Hay momentos en los que me agradaría ser poeta, y traducir al lenguaje de las palabras las emociones del corazón; hablar, diría Jaime Sabines, el otro, el secreto, el subversivo lenguaje del amor. Y este es uno de esos momentos en los que me gustaría ser ambas cosas. Me gustaría más pintar que hablar de la escena del juicio de Jesús por Pilato. Me gustaría plasmarlo sobre un lienzo con trazos firmes y cubrir su cuerpo erguido con los colores de la libertad, y que su mirada transparente la profundidad inacabable del misterio de Dios. Me gustaría deshebrar palabra tras palabra una a una de las fibras de su corazón, contemplarlo vivo antes de ser atravesado por la lanza del soldado. Quizá a los ojos de los judíos, el juicio de Jesús era un acto de purificación religiosa; quizá a los ojos de Pilato,