Lc 14,1-14 Fue un sábado en casa de un fariseo, y un fariseo importante. Un fariseo importante sólo se relacionaba con gente importante. Seguramente Jesús lo era para él, y lo invitó a comer; y ahí, en casa de este fariseo, se presentó un hombre hidrópico, su enfermedad lo tenía en condición de marginado, de despreciado; su enfermedad era vista como un castigo por impureza. Jesús lanzó una pregunta retadora, ¿se podía curar a un humano en sábado? La letra de la ley decía que no; pero Jesús lo sanó. El corazón de Dios había dicho sí. Entonces los fariseos, que habían invitado a Jesús a socializar en su grupo, lo vieron con recelo y con sospecha, incluso con franco menosprecio, no podía ser de otra manera, ¡había quebrantado el texto de la ley! Poco a poco comenzaron todos a buscar un lugar para el banquete; entre más cerca del anfitrión, mejor. Jesús observó cómo los invitados se disputaban los "mejores" lugares; seguro que él se fue al último lugar. En voz alta lanzó un co