Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de marzo, 2015

Domingo de Ramos: Subir a Jerusalén

Marcos 11,1-11 Finalmente, después de tres años de llevar el amor y la misericordia de Dios por toda la zona de Galilea; después de predicar durante tres años la llegada del Reino de Dios, a quien llama su Padre, Jesús decide subir con los suyos a Jerusalén, a celebrar la Pascua, a esperar la llegada del Reino en su plenitud. Quizá algunos se burlarían de él, su estampa no era para menos, entró a Jerusalén montado sobre un burro que ni siquiera era suyo. No lo seguía ningún ejército sino una chusma de gente pobre: campesinos y pescadores de Galilea, como él. Pero lo vitoreaban mucho, lo aclamaban como su rey y entraban con él en Jerusalén proclamándolo el Mesías prometido. Fue un camino de mucha alegría, de muchas ilusiones y esperanzas. Las esperanzas de los pobres, las ilusiones de los convertidos, la gozosa expectativa de vivir un reinado de misericordia y fraternidad. La esperanza de que los pobres tuvieran pan y vino en su mesa; la esperanza de que los leprosos fueran tocad

El grano de trigo

Juan 12,20-33 La escena del evangelio tiene una ubicación bien precisa, y palabras muy conocidas. Todo ocurre con ocasión de unos judíos de habla griega, de los que viven en el extranjero, que quieren ver a Jesús. No lo buscan directamente, sino que piden el apoyo de aquellos de sus discípulos que tienen nombre griego: Felipe y Andrés. No sorprende que sean judíos y extranjeros, están en Jerusalén sólo para la celebrar la Pascua. Jesús ha sido ungido en Betania, a las afueras de Jerusalén, por María, la hermana de Lázaro; la unción fue con perfume de nardo y fue un anticipo de su sepultura. De ahí Jesús entró triunfante en Jerusalén. Es en este contexto que los creyentes que han subido a Jerusalén con ocasión de la Pascua escuchan hablar de Jesús y quieren conocerlo. Seguro se han impactado por las acciones de Jesús y por lo que se comenta de su enseñanza, basadas en el amor y la misericordia: sus curaciones, sus comidas con los pobres, la resurrección de Lázaro. Por sorpresivo

La noche de José, la Luz de Jesús

Mateo 1,16.18-25 Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era una soledad caótica (caos y confusión) y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Y dijo Dios: “Que exista la luz.” Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas. A la luz la llamó día; y a las tinieblas, noche (Génesis 1,1-5). Así cuenta la Escritura el origen de los tiempos y el comienzo de cuanto existe. Desde siempre la noche ha sido soledad, caos y confusión; ha sido también miedo. Pero desde el origen, por encima de las tinieblas, como fuerte viento o como suave brisa, ha soplado el Espíritu de Dios. Desde el principio, Dios hizo brillar la luz, y la llamó día. Y la luz nos acaricia con la tibieza de los primeros rayos, y espanta el frío de la noche; con la luz sabemos dónde estamos, nos ponemos en camino y mediante el trabajo nos hacemos dueños del mundo;   y por la tarde, cuando, nuevamente regresan las tinieblas, millo

Levantado sobre la tierra

Juan 3,14-21 Dos cosas quedan claras. Una, que Dios ama al mundo, infinitamente, intensamente; es decir, lo dirá el mismo apóstol en sus cartas, Dios es amor. Segunda, la imagen de Jesús, el hijo del hombre, levantado en la cruz como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. A mí las dos ideas me estremecen y me emocionan; no son ideas para explicarse, son imágenes para contemplarse. La evocación de la serpiente del desierto recuerda la muerte de los israelitas durante el éxodo, y su posterior curación por la contemplación de la serpiente de bronce, bajo el principio homeopático de que lo semejante se cura con lo semejante. Pero en el caso de Jesús, ¿cómo es que se cura uno?;en otras palabras, ¿cómo es que uno se salva, acaso crucificándose? Contemplar a Jesús crucificado es contemplar por un lado el resultado de la maldad humana, y uno se pregunta: ¿dónde quedó la bondad del hombre, aquélla que Dios le imprimió

Transfigurados: revestidos de vida y dignidad

Marcos 9, 2-10 Un día, mientras jugaba, Mafalda escuchó la voz de su mamá, que le gritó: "Mafalda, lavate las manos y vení a comer." Luego, cuando ya se las lavaba, escuchó: "¿Te las lavaste ya?" "¡Pero sí", respondió Mafalda sacudiéndose las manos, "¡todos los días la misma historia!", y continuó imitando a su mamá: "Lavate las manos para tomar la leche... lavate las manos, que ya está la cena... ¡Qué fijación con Pilatos!, ¿eh?" Yo, muchas veces, en este camino de la cuaresma, me digo: ¡qué fijación con las mortificaciones! Bendita la hora de gracia en que la escena de la transfiguración nos recuerda que el sentido y la meta de la cuaresma, lo mismo que toda nuestra vida, no es la cruz, sino la vida; más aun,  la plenitud de la vida. La escena de la Transfiguración recuerda a la escena del bautismo. En aquella ocasión también se escuchó la voz del Padre proclamando a Jesús como su hijo, y escuchamos el orgullo que sentía por él