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Mostrando entradas de febrero, 2013

Iglesia Transfigurada

Lucas 9,28-36 Definitivamente, y por donde se le vea, se trata de una escena deslumbrante. Jesús sube al monte a orar, llevando consigo a Pedro, a Juan y a Santiago. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y su vestidura se puso de un blanco resplandeciente. En la escena aparecieron también Moisés y Elías, que hablaban con Jesús sobre el éxodo que éste tendría en Jerusalén. Y puntualmente nos informa también el narrador que los tres discípulos acompañantes de Jesús estaban despiertos, de manera que no hay lugar para suponer que toda la escena es una mera alucinación. Nosotros leemos esta escena en cuaresma, en el entendido de que los discípulos de Jesús necesitaban un anticipo de la gloria de Jesús para poder soportar después el brutal peso de la crucifixión, algo así como un tentempié espiritual. Pero el lugar que la escena ocupa en la narración del evangelio no es ninguna casualidad. Hasta este momento del relato, hemos visto a Jesús llevar a cabo un programa de compasión

Tentaciones

Lucas 4,1-13 Se trata de la muy conocida escena de las tentaciones, tan propia del inicio de la cuaresma. No podemos perder de vista el lugar que ocupa en el conjunto de la narración de Lucas: casi al inicio de la vida pública de Jesús, apenas después de su bautizo, y antes del inicio de su ministerio de anuncio y realización del Reinado de Dios, con la proclamación del texto de Isaías en la sinagoga de Nazaret, las primeras curaciones en Cafarnaum, y la pesca milagrosa. Después de la acreditación de Jesús como Hijo de Dios en el bautismo, y luego de constatar por la genealogía su pertenencia al linaje real de David, la narración nos muestra otra acreditación necesaria para que Jesús pueda llevar a cabo efectivamente su ministerio: un periodo de lucha contra la adversidad.  Dos cosas me llaman la atención en la escena. La primera, que Jesús salió del Jordán lleno de la fuerza del Espíritu, y que el mismo Espíritu lo condujo al desierto, donde fue puesto a prueba por el diablo du

Ceniza: celebrar ¡lo que no somos!

Génesis 2,4-7; Mateo 6,1-6; 16-18 Comienza la cuaresma y comienzan los días en los que no sé por qué se dan sistemáticos ataques a la buena fe y a la sana autoestima. Como la cuaresma es tiempo de pedir perdón, yo pediría perdón por no ir en este tiempo a misa con un padre que no sea yo. Pero es que no siento que me comuniquen el evangelio cuando me dicen que tengo que sentirme mal por lo malo que soy, como si fuera el criminal que no soy; ni que tengo que pedir clemencia a Dios que ha sufrido tanto por mí a causa de mis muchos pecados, ¡ni taaantos!, ni Dios es masoquista. Pediría perdón por no vestirme de sayal y cubrirme de ceniza como en los tiempos del Antiguo Testamento. Pediría perdón por no dejar de sonreír, porque sigo sin entender por qué tenemos que hacer de la cuaresma el largo funeral de la fiesta y la sonrisa. La cuaresma es una fiesta y hay que celebrarla. No es la pascua, pero hay que celebrarla. La cuaresma es un tiempo cristiano y el Señor Jesús está vivo y res

La fuerza de su Palabra

Lucas 5,1-11 Lo vio y lo reconoció. Cualquiera de nosotros, lectores del evangelio, también lo hubiéramos reconocido, como lo hizo Simón, cuando lo vio venir hacia su barca. Lo vimos leer y comentar la Escritura en la sinagoga de Nazaret, y vimos cómo la gente de Nazaret se llenaba de asombro por la sabiduría de las palabras que salían de su boca. Lo vimos dejar Nazaret para irse a vivir a Cafarnaún, y en la sinagoga de Cafarnaún lo vimos expulsar a un demonio que poseía a un hombre, y la gente que atestiguó la escena comentaba con asombro: "¡qué fuerza tiene la palabra de este hombre!" Y ahí mismo en Cafarnaún, lo veremos entrar en la casa de Simón, cuya suegra estaba enferma, postrada en cama. Y Simón verá, y nosotros con él, cómo Jesús se acercará a ella y la curará sin tocarla, sólo con su palabra. Y el narrador nos dirá cómo Jesús andaba llevando la Palabra por las sinagogas de Judea. De modo que Simón sabía quién era Jesús cuando lo vio venir a su barca. Había oí

El hijo de José

Lucas 4,21-30 Creo que debo haber amanecido muy heideggeriano, o por lo menos bastante contento y agradecido de mi largo día de ayer en León, que tengo muy claro que el ser humano es ser en relación. Y es que siempre estamos en relación con alguien. Inevitablemente, somos hijos de alguien, porque no nacimos de la tierra. Yo no puedo no ser hijo de Rubén Aguilar y Efigenia Manríquez; si no lo fuera, no existiría. Si no fuera hermano de Juan Carlos, que hoy cumple años, y de Marco Antonio, tampoco sería yo. Traigo a mi familia en la carne y en la sangre; mis genes son sus genes y en mí algo de ellos está vivo y presente, lo sepa o no; lo quiera o no. Así que mal haría en no agradecer a Dios por la familia que tengo, porque mi familia me ha hecho hijo y me ha hecho hermano al mismo tiempo en que nací. Le decía Mafalda a su mamá: "¿Por qué tengo que obedecer?", "Porque soy tu MADRE", le contestó. "Pues si es cuestión de títulos, reviró Mafalda, yo soy tu HIJA, ¡